domingo, 15 de mayo de 2011

BAJO LA FALDA DEL ESCOCÉS

Es la pregunta clave en materia de civilización escocesa: ¿qué llevan los tipos debajo de sus tradicionales kilts? ¿Alguna prenda íntima confeccionada especialmente para la ocasión? ¿Boxer shorts a juego con la falda? ¿O tal vez nada más que el aire puro de las highlands? Con estas dudas existenciales aterrizo en Edimburgo un mediodía soleado y tibio. Lo de tibio es relativo, pero para la capital escocesa +14°C son una temperatura de plena primavera tirando a verano.

Tengo la suerte de contar con una guía de primera – aborigen y complaciente – que no objeta mi propuesta de obsequiarnos con un desayuno típico a una hora atípica: son las 3 de la tarde, hora del mero Greenwich. Conociendo mis caprichos de vegetariano en vías de desarrollo, la buena Annie no se sorprende al verme pedir un full Scottish breakfast pero en la versión veggie o sea con frejoles dulces, huevo frito, tomates asados, champiñones y tostadas con mantequilla. Sin toda esa profusión de grasas animales en forma de jamones, salchichas, tocinos y morcillas.

Como buena escocesa enemiga del despilfarro, Annie me lleva a un bar lejos de la calle de los Príncipes y la Milla Real, calles reservadas a los comercios de souvenirs y engaña-turistas-bobos. Anécdota al margen: nos atiende un comunicativo italiano, lo cual es casi redundante, que nos cuenta que el dueño del local es turco. Welcome to global Scotland!

Una vez repuestas las fuerzas caminamos hacia Holyrood. Ahí está el palacio donde se alberga la reina cuando cumple con su régimen obligatorio de pasar por lo menos diez días al año en tierras de sus vasallos norteños. Frente al aguijón inglés en la carne escocesa se yergue el surrealista edificio del Parlamento Escocés. Después de casi tres siglos sin gobierno autónomo, Tony Blair cumplió con su promesa de otorgar más autonomía a la región más septentrional del reino. No conozco los pormenores, pero a juzgar por el nombre – Enric Miralles – un arquitecto de Cataluña, otra nación oprimida por un gobierno centralista, fue el elegido para erigir el nuevo Parlamento Escocés.

En la plaza donde tan simbólicamente se besan autonomía y dependencia, comienza la subida a la cornisa de Salisbury, un mirador natural resultado de millones de años de actividad volcánica. Optimistas se regalan con el mejor panorama de la ciudad, el puerto y el fiordo del Forth. Pesimistas se lanzan desde las alturas de la cornisa con la certeza de aterrizar en el más allá.

Annie y yo, que todavía tenemos una media de esperanza de vida de 30 a 40 años según las estadísticas actuales, disfrutamos el paisaje antes de regresar al llano y volver a subir en dirección contraria hacia Calton Hill. Tal vez está allí el origen del sobrenombre de Edimburgo como la Atenas del Norte. De hecho, en la cima de la colina se yergue una columnata estilo templo griego que se quedó a medio construir en el siglo XIX. Para quien le tiene miedo al montañismo, Calton Hill es la alternativa ideal a la cornisa de Salisbury. Con sus caminos cuidados y banquitas de parque, invita a pasar un buen rato en las alturas de Edimburgo. Por las noches, la colina cambia de función, convirtiéndose en un movimentado centro de ornitología masculina.

Tanto panorama da sed. Caminando por las calles del New Town, el primer ensanche moderno de la ciudad hacia el norte, entramos al bar Guildford Arms, pequeña joya de arquitectura británica, donde brindamos por el buen clima de Escocia con sendos whiskies, single malt de 18 años, por supuesto.

Al calor del Scotch, logré superar la barrera del pudor y compartí con Annie aquella inquietud por lo que hay debajo de un auténtico kilt. Muy fácil, me contestó con picardía: si lo usas al estilo regimental, en el ejército escocés por ejemplo, la regla es no llevar ninguna prenda debajo. Incluso hay un inspector de kilts que pasa revista al batallón con una vara en cuyo final se encuentra un espejito para verificar que los aguerridos defensores de la patria no violen el reglamento. En plan privado, en cambio, el usuario es libre para cubrirse sus naughty bits con la prenda de su preferencia. ¡Gracias, Annie!

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