domingo, 16 de noviembre de 2014

LEYENDO COLOMBIA 2014

Para comenzar, tengo un gravísimo problema de logística: el buen Johnny de la melena rockera no me ha enviado los libros que necesito en Colombia. O sea que me toca llegar a Eldorado y correr a la Carrera Quinta donde, por una suma razonable, doña Chelita te copia o clona cualquier cosa. Bien equipado con mi material autopirateado, ¿ya qué más puedo temer?

Sólo queda disfrutar las bellezas de aquellos desayunos en el Ázimos de La Macarena. Y no me refiero tan solo a las exquisiteces que el esforzado David nos lleva a la mesa. El viernes con Iván, incansable empresario de la noche bogotana. El sábado le toca la suerte a Mauro, ingeniero que sueña con cambiar su cordillera de los Andes por las suaves colinas de Nueva Gales del Sur. El domingo me acompaña don Leandro, todo un caballero. Y el lunes lo recibimos con Andrés, un santandereano de tomo y lomo.

El viaje de Bogotá a la capital paisa ya de por sí merece un capítulo aparte por la variedad del paisaje: de la altiplanicie (2.700 msnm) tienes que bajar hasta la ciudad de Honda (229 msnm), por unos serpentines espectaculares, luego algunos kilómetros bordeando el majestuoso Magdalena. Una parada para el almuerzo en el Fogón Paisa donde, al bajar del autobús, te ponen una secadora de pelo en la cara, un viento caliente como no lo había sentido nunca. Luego, volver a cruzar el gran río a la altura de Puerto Triunfo para pasar al lado de la Hacienda Nápoles, antiguo fundo de Pablo Escobar y actual destino turístico de primer orden del Departamento de Antioquia. Y por la noche llegar a Medellín, ciudad de la eterna primavera donde -esnif- nadie me espera.

Andrés Felipe no responde a mis mensajes. ¿Qué puede haberle pasado? Hace un año tan cooperativo y ahora ni siquiera contesta. Felizmente, está allí la familia Vallejo, que suple largamente las otras ausencias y carencias. Tan parecida es la voz de don Aníbal a la de su hermano, que para mí es como si el mismísimo Fernando estuviera allí presentándome a la distinguida audiencia paisa. Una noche inolvidable, recamada de la picardía de un opita de Neiva York que no llegó a tiempo a la lectura.

Antes de seguir viaje a tierras vallunas, dedico un día a recorrer otros barrios de Medallo: la zona pituca del Poblado, una cita panorámica con traguitos, sushi-causas...y con la historia de amor infinito de César y el difunto Norberto, un ardor viril, amor de cuartel, que duró apenas unos meses y sin embargo se grabó con incandescencia en la memoria y el corazón de mi amigo que, veinte años después del romance, recién se atreve a ir a buscar la sepultura del que fue el hombre de su vida.

Al día siguiente, me espera atravesar el delicioso eje cafetero. ¡Qué encanto de paisajes! Colinas onduladas donde crece el mejor café del mundo - dicen ellos, por cierto. Ya es de noche cuando entramos a Cali, pero la Sucursal del Cielo nos recibe con todo el calor del verano. Sigo a San Antonio y me instalo en la deliciosa pensión que mi amigo Fabián tuvo la gentileza de recomendarme, a dos cuadras apenas del legendario parque que por las noches pareciera una usina de canabinol.

Fabián conoce a Jaime, Jaime a Cindy, Cindy a Jhon, Jhon trabaja para Carlos y así, de mano en mano, finalmente queda armado el programa para la que será la lectura mejor organizada de mi gira grancolombiana: una noche en la Cafebrería, es decir el "café-librería" de la Biblioteca del Centenario en el pizpireto barrio del Peñón.

Pero antes de eso, toca cumplir con la ciudad blanca, Popayán. Prometí que iba a volver al Café Rabo de Nube y no pienso defraudar a Simón. Antes de bajar del minibús, ya me está esperando Julián, anfitrión de lujo cuando no está realizando su internado en el Hospital Universitario. Rabo de Nube ya no está, lamentablemente, en aquella casona colonial de la que me enamoré el año pasado. Pero el alma del café, Ana María y Simón, han hecho posible que la buena energía siga fluyendo en el nuevo local de los Prados del Norte.

Se va acercando la hora marcada para el evento y en un auténtico despliegue de sentido del deber y de la autoridad, Ana María comienza a llamar, no, a conminar más bien a escritores, periodistas, estudiantes que poco a poco irán llenando de vida el salón de la tertulia en una velada absolutamente memorable. 

¡El 2015 volveré!

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